La guerra de independencia
venezolana fue terriblemente violenta. El terror de aquellos días aún pervive
en forma de historias y leyendas, algunas más ciertas que otras. Pero la
historia de Antonio Zuazola no es ninguna leyenda: fue un oficial español extraordinariamente
inhumano que hace dos siglos se ensañó contra los patriotas y murió ahorcado
por sus crímenes. Aún su alma vaga recordando sus días de crueldad.
Antonio Zuazola, natural
de Vizcaya, en España, formó parte de los españoles que derrotaron a la Primera
República Venezolana (1811 – 1812). Comisionado a fines de 1812 por las
autoridades coloniales para realizar distintos encargos en el oriente del país,
Zuazola puso en práctica sus sádicos instintos: hacía caminar a los prisioneros
republicanos sobre brasas de fuego y piedras calientes, para luego
decapitarlos. Gustaba también, antes de decapitar a los prisioneros, les
cortaba una de sus orejas, luego las utilizó como macabros adornos para su
sombrero.
Iniciada la contraofensiva
patriota en el oriente a principios de 1813, Zuazola es comisionado por las
autoridades españolas para recuperar Maturín. El 16 de marzo, derrotó a algunos
destacamentos patriotas en los Magueyes. Allí mató a todos los prisioneros
luego de verlos. Pero cuatro días después, el 20 de marzo de 1813, fue
derrotado en la primera batalla de Maturín.
De regreso al centro del
país, fue apresado a fines de noviembre de 1813 por las tropas de Bolívar (que
venía victorioso en la Campaña Admirable). Juzgado y condenado a muerte como
criminal de guerra, el Libertador ordenó colgar a Zuazola en el Fortín Solano,
en Puerto Cabello.
Desde entonces, en las apacibles noches porteñas,
hay quien ha visto al espíritu errante de Zuazola recorriendo el Fortín y
alrededores del malecón de Puerto Cabello. Dicen, quienes lo han logrado ver,
que aún lleva su sombrero lleno de orejas colgantes y que sus ojos brillan
llenos de odio y de ira.
Redacción: Lcda. Zuleydy
Márquez / World Stereo