Horas paranormales del Terminal de Maracay

Diseño Imagen: World Stereo

El Terminal de Maracay guarda una energía salvaje y macabra. Al transitar por sus pasillos sombríos percibes su hostilidad, dándonos la sensación de que oculta hechos siniestros poco conocidos.

Dicho lugar fue fundado en el año de 1973 durante el gobierno de Rafael Caldera.

Foto: Cortesía

Es una infraestructura con una energía incomoda parecida a la del Hospital Central de Maracay, este parentesco va desde el ambiente caótico, movido, hasta ese lado tétrico constituido por un gran número de leyendas y situaciones paranormales.

En sus orígenes fue la sustitución del viejo Terminal llamado A.R.C. que estaba ubicado entre la calle Carlos Soublette y Santos Michelena.

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En la década de los años 70 se planteó el objetivo de crear un terminal que abarcara diferentes rutas, no solo entre el estado Aragua, sino con destino a otros estados del país.

El deterioro de sus instalaciones con el paso de los años, el movimiento diario de los pasajeros, la delincuencia y los transportistas se han encargado de crear una especie de energía bárbara.

Esta energía que va acompañada de los gritos de los vendedores ambulantes, los pasos rápidos de los viajeros, el olor a basura y esa sensación de inseguridad que te hace desear estar lejos de ahí.

A continuación te narraremos 4 historias que te pondran los pelos de punta.

El pasajero del elevado:

Muchos consideran que la época más peligrosa de esta zona fue durante la existencia del elevado, ubicado en la Av. Constitución justo al frente del terminal.

Debajo de su oscuridad ocurrieron situaciones horribles, desde asaltos a mano armada, secuestros y muertes. Era llamado un “nido de ratas”, en especial en horas nocturnas. Las personas usualmente pasaban corriendo porque el espacio generaba miedo y desagrado.

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En el año 2005, una joven estudiante llamada Yesenia iba sentada en el tercer puesto de un autobús de Los Samanes a las 6:45 a.m. Al llegar al terminal, el chofer hizo una parada antes de pasar por debajo del elevado.

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En ese transcurso, los transeúntes aprovecharon y subieron al autobús.
Yesenia iba tranquila, sabía que pronto llegaría al liceo, ella estudiaba en la U.E.N. Carlos Manuel Arrieta. Entre la gente, ella notó que se subió al autobús un joven de aspecto particular.

Su tez era muy blanca, llevaba puesto un suéter negro y un pantalón verde militar. Este joven caminó arrastrando los pies y se sentó en la parte de atrás.

Pocos minutos después, Yesenia se dio cuenta de que él la estaba observando con intensidad a través de los espejos retrovisores. Ella comenzó a sentir incomodidad.

Tomó su bolso y fingió que estaba revisando algunas de sus pertenencias para distraer sus pensamientos, con la esperanza de distraer al desconocido. Luego este joven se levantó y se sentó justo detrás de ella.

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Al percatarse de esto, Yesenia apretó el puño y estaba dispuesta a pedir ayuda. El autobús aún no arrancaba. Para aquella muchacha los minutos duraron una eternidad. Yesenia miró de nuevo por el retrovisor y en efecto, aquellos ojos fríos seguían viéndola.

En ese momento, el conductor movió la palanca y continuó la ruta. Yesenia tenía miedo de que este extraño la persiguiera al bajar del autobús. La ansiedad hizo que varios escenarios peligrosos se reprodujeran en su mente.

Cuando el autobús pasó por debajo del elevado, el muchacho se paró y se sentó al lado de la joven. Yesenia sintió cómo los nervios la invadían y una sensación de angustia se apoderó de ella.

Una vez que el autobús salió hacia la claridad, se percató de que el muchacho desapareció y el puesto de al lado estaba vacío. Observó bien entre los pasajeros del autobús, pero el joven ya no estaba.

En cuanto al origen de este espíritu, los viejos trabajadores del terminal lo relacionaban con la muerte de un joven adicto a las sustancias psicotrópicas que murió arrollado cerca del elevado, este suceso ocurrió a principios de la década de los años 90.

Un Bolivita:

Bolivita, era una mujer de unos 60 años muy conocida porque pedía en la entrada del terminal.  A finales de la década de los 90 falleció en la calle y desde ese momento se creó una especie de leyenda entorno a ella.

Algunos cuentan que quedó penando y se encarga de atormentar a quienes no le den algún bolívar en el camino.

Esta anécdota ocurrió en el 2008. Estaba cayendo la noche y a Yaneth Barreto se le había hecho tarde, eran las 6:45 p.m.

Su jornada de trabajo estuvo intensa, trabajaba en Las Delicias como cajera en una farmacia. Al llegar al terminal de pasajeros, se paró en la panadería cercana al extinto McDonald’s a comprar pan y leche.

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Al guardar su vuelto en el bolsillo, notó que alguien la estaba viendo desde la esquina de la panadería. Se trataba de una mujer en harapos de unos 60 años. Yaneth la ignoró y se apresuró.

En ese instante, la mujer le gritó en tono amenazante. “¡Si no me das un bolivita, por aquí no vas a estar tranquila!”.

Yaneth no le hizo caso. Caminó deprisa por el pasillo, mientras los comerciantes ya habían guardado sus mercancías y algunos transeúntes caminaban también apresurados por la hora.

Yaneth iba ensimismada en sus pensamientos, se sentía preocupada por perder el autobús hasta su casa. Ya iba por la otra esquina cerca de un puesto de barquillas sin ver a los lados.

De repente, vio cómo una mano se extendió frente a ella y escuchó. “¡Muchacha, dame un bolivita pa’ comer!”.

Yaneth se asustó. Al ver percatarse de que era la misma anciana que había visto en la panadería, no entendió cómo llegó más rápido que ella a esa parte del pasillo.

Aquí comenzó a razonar sobre la rareza de la situación y con un sobresalto en el pecho siguió su camino.

Al llegar a la parada del Mácaro, la mujer volvió a aparecer. Yaneth esta vez entró en un estado de terror y con impulso sacó de su bolsillo un vuelto guardado y se lo dio.

Luego la anciana se quedó mirándola y se sentó en un banco al frente del autobús. Yaneth subió y enseguida le comentó al colector:

-Esa mujer que está sentada en el banco me viene persiguiendo desde el McDonald’s.

- Y se agachó desde la escalera para señalársela con la mirada al colector.

- Yo le di unos riales, no la vayan a dejar subir.

-Mire, señora. Pero ahí en ese banco no hay nadie.

-¡Claro que sí, ahí está! La estoy viendo.

-El banco está vacío, señora. Ahí no veo a nadie.

Yaneth al verificar de nuevo, sintió un bajón en el estómago. La anciana seguía sentada en el asiento observándola y Yaneth era la única que podía verla.

Es aterrador pensar que esa mujer en harapos se trataba de un alma en pena del terminal y esa noche había elegido a Yaneth para darle un susto.

Con el paso de los años la leyenda de Bolivita ha ido creciendo. Así que, si te la encuentras, será mejor que le des algún bolívar o de lo contrario, te atormentará hasta que salgas del terminal.

La pasarela:

Un sábado por la noche del año 2002, Ana María venía de regreso de un congreso de estudiantes en Caracas. Ya era tarde, casi las 9:20 p.m. Por razones de seguridad, decidió cruzar la pasarela con su maleta, en lugar de la Avenida Constitución.

Por un instante lo dudó porque siempre se ha comentado que en esa pasarela roban, pero le pareció un poco más peligroso cruzar aquella avenida desolada después de oír a alguien lanzar unas botellas.

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Con rapidez subió las escaleras y al llegar al piso, sintió que alguien venía detrás de ella. Ana María aceleró el paso porque ese individuo comenzó a seguirla.

Por un instante volteó y no vio a nadie. Timbrada del susto, levantó la maleta y siguió caminando rápido.

Sin embargo, esta vez escuchó a alguien corriendo. Ella mantuvo la mirada al frente para no caer en sugestiones.

Su piel se heló al escuchar la respiración ruidosa del extraño, como si tuviera alguna enfermedad respiratoria.

Volteó de nuevo y vio al fin la sombra de un hombre alto y corpulento que media casi dos metros. Nunca pudo identificar su rostro.

Aquellos pasos se hicieron más intensos y la intención de ese individuo era más clara.

Ella empezó a correr con su maleta cargada. Cuando estaba segura de que saldría de ese peligro, casi llegando al otro extremo de la pasarela, sintió que unas manos grandes la agarraron y la alzaron.

Ana trató de zafarse y soltó la maleta. Él agarró con fuerza los hombros de la joven. Ana María gritó de horror. El individuo sin dejar pasar un instante, la levantó a la altura de la baranda y sin razón la arrojó de la pasarela.

Los gritos fueron desgarradores y la caída sacudió el ser de la joven. Los carros se detuvieron, aquellos transeúntes nocturnos no entendían lo que había ocurrido y se preguntaban qué hacía aquella joven tirada en el asfalto.

Al día siguiente, los periódicos especularon que la joven tenía problemas personales y por esa razón había intentado arrojarse desde la pasarela.

Por fortuna ella logró sobrevivir, pero su recuperación fue lenta. Ana sufrió una delicada lesión en la médula espinal. Pasaron ocho meses hasta que finalmente pudo contar su historia con claridad.

La pasarela es uno de los lugares más sombríos y con una carga energética medio fosca.

Hay muchos relatos que lo corroboran.
Ignacio una noche iba transitando por El Terminal y al pasar por la Av. Constitución decidió subir por la pasarela, pero notó que había alguien arriba. Al acercase detalló que se trataba de un hombre alto y corpulento.

Por precaución, esperó unos minutos para que este individuo terminara de cruzar. Sin embargo, ese hombre nunca bajó. Ignacio se desesperó y subió con rapidez. Cuando ya estaba arriba de la pasarela, observó que estaba desolada y no había nadie.

El banco del Andén 4:

Marta Herrera y su esposo Gabriel Peláez regresaban de Puerto Ordaz, así que al llegar a  Maracay a las 3:30 a.m. les tocó esperar en el Terminal el primer autobús de Turmero - Paya.

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Al llegar se sentaron en un banco del andén 4 y dejaron todas las maletas a un lado. En los alrededores algunos trabajadores del terminal estaban empezando sus labores. El ambiente era tenue, pesado y frío. Marta entre un bostezo le comentó a su esposo lo siguiente.

“Amor, anda hasta aquel el puestico, el de la lucecita y me compras un café. De pana, no aguanto el sueño”.

Su esposo sin titubear se levantó del banco y caminó hasta el puesto. Mientras tanto, ella se quedó sentada pendiente de sus maletas.

El sueño estaba ganando, sus parpados se cerraban solos, pero debía estar alerta.
En el transcurso de un par de minutos no pudo resistir más y se quedó dormida. Empezó a soñar que un hombre de pelo ondulado se acercaba al banco donde estaba ella.

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Al tenerlo de frente, notó que en su cara había una herida abierta y unas alimañas saliendo de su boca sin dientes. Marta sintió repulsión.

De pronto, un estruendoso golpe en el banco la hizo despertar sobresaltada.

Marta se levantó asustada y detrás del asiento estaba el mismo hombre del sueño, con esa cara cortada y llena de alimañas. El ambiente comenzó a impregnarse de un olor a mortecino.

La joven se levantó a correr, entretanto el hombre golpeó de nuevo el banco y se desvaneció. Ella sacando fuerzas agarró las maletas y se fue a buscar a su esposo.

Llegó al puesto de café y al verlo le contó lo sucedido. Cuando ella hizo una pausa para tomarse el café, el vendedor estaba atento a la conversación y le dijo de manera seria:

- Ay, señora… A usted la espantó el muerto del andén 4.

- ¡¿Cómo es la vaina?! - preguntó Marta.

- Mire, ese fue un carajo de la calle que mientras dormía otro mendigo lo mató a cuchilladas en la cara. Eso pasó hace años.

Aunque la gente por aquí está más pendiente de los vivos que de los muertos, uno que otro dice que ese tipo quedó ahí y a él no le gusta que se duerman en su banco. Si alguien se atreve a hacerlo, lo despierta con un trancazo en el asiento.

El Terminal de Maracay no solo es un conector de destinos, también es una especie de hoyo negro que posee espíritus perdidos, demonios y personas que luchan ante sus tormentos durante las noches.

Foto: Cortesía

Cuando camines por sus andenes, recuérdalo, no siempre la mirada que te aseche será la de algún vivo.

Historia: Cortesía

Publicación: Lcdo. Jhoan Gutiérrez Terán (CNP: 24.778) / World Stereo

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