Madrugada de Muertos

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Las carreteras venezolanas guardan innumerables relatos espectrales que aún desconocemos. Esta historia será dedicada a Higinio Morales y su experiencia macabra en El Túnel de La Cabrera.

Para adentrarnos con atención es fundamental conocer el lado histórico de la zona, específicamente el tramo de la autopista donde se encuentra el viaducto de La Cabrera. Dicha construcción se gestionó durante el gobierno de Marcos Pérez Jiménez.

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Sin embargo, no pudo terminarse debido al golpe de estado del 23 de enero de 1958. Los historiadores de la ciudad de Maracay mencionan que su inauguración fue a finales de ese año y su operación total en 1960, a comienzos del gobierno de Rómulo Betancourt.

En la línea temporal del viaducto, tanto la zona de Aragua como la de Carabobo se han convertido en un punto de accidentes, peligros y circunstancias un tanto siniestras. Además del deterioro de la estructura y el crecimiento del Lago de Valencia debajo de sus columnas.

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En la actualidad, es una de las vías más transitadas del centro del país y muchos suelen tomarla por ser más segura y rápida que la carretera vieja vía Mariara.

Higinio Morales, es un personaje reconocido en Palo Negro. Una tarde de diciembre en compañía de sus familiares, me narró una de las experiencias más macabras de su vida, sucedida en una madrugada cerca del túnel de La Cabrera.

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Higinio tiene un don desde su infancia, puede percibir a los espíritus y en ciertas temporadas esas sensaciones son incontrolables.

En 1962, su carácter se hizo más fuerte e insensible hacia lo real.

En ese año vivió una serie de eventos que definieron su existencia, entre ellos fue formar parte del batallón Antonio Nicolás Briseño, número 42 en el cuartel Montilla de La Victoria.

En un lapso de un año y medio, estuvo en la frontera entre Colombia y Venezuela y su objetivo militar era luchar contra la guerrilla.

Como parte de las misiones, cuando ellos aniquilaban a uno de sus enemigos, tanto él y sus compañeros, solían dirigirse al cadáver y cortarle la mano derecha con una hachuela.

Esa mano mutilada la guardaban en una cava con hielo seco. A veces él se acercaba a los cadáveres y al prestar atención, escuchaba los lamentos de sus almas cuando estos dejaban el cuerpo.

Una ocasión, mientras cortaba una mano, esta se movió y empezó a cerrarse de manera lenta poniéndola en forma de puño.

En este contexto, las diferentes vivencias y estar en la selva, creó en él una personalidad fría. Comprendía con serenidad esa línea entre la vida y la muerte.

En 1986, Higinio Morales trabajaba en la planta General Motors de Valencia. Salía en la madrugada de su casa para llegar a tiempo.

Un lunes a las 5: 15 a.m, manejaba cerca del túnel de La Cabrera, miró su reloj y decidió aumentar la velocidad porque le extrañó que en la vía no pasara ningún vehículo.

Higinio desconocía que a pocos instantes estaba a punto de presenciar una atrocidad que marcaría su vida por siempre.

A unos kilómetros antes de pasar el túnel, frenó de golpe al escuchar que pasó por encima de algo similar al cuerpo de un animal grande. Fijó la vista a un lado de la carretera y vio un camión en llamas.

Asombrado, cambió la mirada al frente y notó muchos cadáveres en todo el asfalto. El olor a muerte le hizo recordar sus años en la frontera. A primera vista, algunos de esos cuerpos estaban calcinados casi por completo, en especial en el pecho.

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Se dio cuenta de que eran personas porque las extremidades no estaban quemadas.

Se bajó del carro sin miedo. Comenzó a apartar a los muertos y de una vez revisó si aún quedaba alguien vivo.

Cuando los estaba arrimando, notó que algunos estaban más pesados que otros. El olor a carne ahumada era indescriptible. Su estómago crujía.

La camisa blanca que llevaba puesta se llenó de sangre y cenizas. A pesar de todos los elementos a su alrededor, siguió arrimando los muertos hasta abrir un paso para el camino.

Al dejar un espacio considerable en la autopista, se subió a su carro. Prendió un cigarro y mientras fumaba, se compadeció de esas personas y sus familiares. Al terminar de fumar, se hizo la señal de la cruz.

Continuó su camino, al mismo tiempo que miraba a cada tanto el retrovisor esperando la llegada de las ambulancias y los policías. Pasaron unos 20 minutos, el sol estaba a punto de salir. Ningún vehículo llegó al lugar.

Cuando entró al túnel de La Cabrera, sintió un escalofrío recorrer sus huesos. Las luces del túnel titilaban, como si una energía pesada estuviera encima del carro. Al mirar por las paredes, sentía que muchas personas lo estaban observando. Ningún vehículo estaba cerca.

El camino se hizo largo, pero no quería caer en sugestión.

Una vez que salió del túnel, la luz solar reflejó sus manos al volante y se dio cuenta de que las tenía limpias, al igual que su camisa, la cual estaba sin ningún rastro de sangre ni de cenizas.

A pesar de ser un hombre valiente y conocer su don, sintió un gran temor que invadía su ser. Sabía que algo no andaba bien.

“¿Pero qué está pasando aquí? ¿Y la sangre de los muertos?”, se preguntó.

Al llegar al trabajo, no dudó en preguntarle a sus compañeros con respecto al accidente de esa madrugada.

-Miren, los que llegaron después de mí: ¿Saben si recogieron los muertos que estaban cerca de la entrada del túnel?

Lo que no me van a creer es que al salir del túnel mi camisa estaba limpia, sin sangre ni nada.

-Vaina pa’ rara, Higinio. ¿Tú como que estás tomando tan temprano, vale?

-¡Qué va! Palabra de hombre, eso fue lo que me pasó.

Después de esa conversación, continuó su labor.

El Origen de los Muertos:

Higinio al ser un investigador natural, decidió detener el carro donde se topó con los cadáveres en la madrugada.

Bajó por el barranco a unos cuantos metros.

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Sin hallar ningún rastro del camión, subió de nuevo a la autopista y a lo lejos venía una señora con una cesta de palmeritas de San Joaquín. La esperó y le preguntó:

-Buenas, doña. ¿Usted es vecina de por aquí?

-Sí, ¿por qué?

-Es que me preguntaba a qué hora recogieron el pocotón de muertos que habían en la madrugada en este tramo.

-No, señor. Ahí no ha pasado nada que yo sepa.

Enseguida, en la misma vía se aproximaba un viejito con un bastón. La mujer al notarlo, no dudó en preguntarle:

-Mire, señor Tomás. ¿Qué sabe usted de un accidente que pasó en esta madrugada?

-Ay, señora Pilar. No ha pasado ningún accidente. Segurito fueron esos muertos que siempre salen ahí.

-¿Cómo así? –preguntó Higinio.

-Eso fue un accidente feo del 63. Para hacerles el cuento corto, las empresas solían contratar a gente pobre, como uno.

Los traían de los barrios de Maracay y Mariara. El pago era cualquier vaina y el medio de transporte era un camión. Parecía más bien una jaula con ruedas. Resulta que una madrugada, el chofer se quedó dormido y se voltearon.

La gente mientras intentaba salir, el camión explotó y todos murieron quemados. Yo estaba joven, nadie más habló de ese accidente. Es como un secreto a voces y bueno, hace rato ya que esos muertos salen. Para mí que están pidiendo descanso y justicia.

Higinio quedó atónito con ese relato y decidió retirarse. Se subió en su carro y tomó la vía a su casa en Palo Negro.

Han pasado 38 años desde que él vivió esta experiencia y aún suele contarla como anécdota.

El símbolo del túnel está ligado al nacimiento y la muerte. Cuando Higinio lo cruzó, regresó a su realidad.

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existe el recordatorio de que en la historia de la humanidad siempre han ocurrido muertes terribles y en ocasiones los poderosos suelen ocultarlas, dejando a sus víctimas sin nombre o en el completo olvido.

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Publicación: Lcdo. Jhoan Gutiérrez Terán (CNP: 24.778) / World Stereo

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